Homosexualidad en el cine mexicano: una historia de homofobia
[Este artículo fue publicado originalmente en The New Gay Times]
Nuestro cine mexicano a veces nos enorgullece y otras veces nos hace retorcernos del cringe, por ejemplo, cuando se trata de retratar la homosexualidad. Me parece interesante, y a veces vergonzoso, echar un vistazo a la representación de personas gays y lesbianas a través del tiempo porque podemos ver lo social y culturalmente aceptada que era la homofobia antes. El cine, como arte y medio de comunicación, ha jugado un papel muy importante en la propagación de prejuicios y estereotipos negativos, pero a través del tiempo se ha encargado también de cuestionarlos e incluso ha llegado a normalizar la diversidad sexual, reflejando los avances sociales de las últimas décadas.
Durante la Época de oro del cine mexicano, las películas contribuyeron a forjar la idea de cómo debe verse y actuar un hombre o una mujer en el México posrevolucionario: la masculinidad significaba ser fuerte, pícaro, mujeriego y borracho, como Pedro Infante o Jorge Negrete; la feminidad era ser bella, pura, refinada y objeto de admiración, como Dolores del Río o María Félix. Quien se alejara de estos roles de género sería tratado con extrañeza, ridiculización o temor. El romanticismo heterosexual era un componente importante de muchas historias y nada era más celebrado que una pareja superando las adversidades para estar juntos. Mientras tanto las personas LGBTQI+ vivían en las sombras, prácticamente invisibles durante las décadas de 1930 a 1960, salvo algunas excepciones.
El personaje de Don Pedrito en La casa del ogro (1933) es el primer personaje gay explícito del cine nacional: un señor cuarentón bonachón, simpático, afeminado y chismoso. En realidad no creo que sea indigna su interpretación, pero ser el único homosexual en pantalla lo convertirá en el referente de cómo se comporta un hombre gay, en clara contraposición con los héroes de la época, intencionalmente diseñado para ser la burla del espectador.
Tras la llegada de la televisión en los 50 y el debilitamiento de la industria del cine en México, las producciones nacionales comenzarían a ser más abiertas respecto a temas sexuales, erotismo y picardía, mostrando en pantalla más personajes abiertamente gay, pero también una homofobia mucho más pronunciada. Por ejemplo, el hombre afeminado como objeto de burla se pone de moda en 1969 con Modisto de señoras junto a sus múltiples refritos como Masajista de señoras y Peluquero de señoras. El mensaje es claro, un hombre que no sea tradicionalmente masculino, es un absurdo; algo para reírse o despreciar. La homosexualidad se reduce a un estereotipo, a la teatralidad que cualquiera puede simular.
El beso entre Pancho y La Manuela en El lugar sin límites (1977) de Arturo Ripsteines es ya un ícono en el cine queer nacional porque por primera vez en pantalla dos hombres se besan sin censura. Shocking! El comentario social ya no radicaba en estigmatizar al hombre gay, sino en verlo con empatía, así como exponer y reprobar la homofobia, el machismo y sus terribles consecuencias como el crimen de odio. Tal vez La Manuela no tuvo un final feliz, pero al menos demostró que las cámaras no tenían que esconder el beso entre dos hombres, así como nunca escondían las muestras de afecto heterosexual.
Por otro lado el burdo cine de ficheras de los años 70 y 80 refuerza y propaga la imagen de “la loca”. Este tipo de cine pretendían satisfacer fantasías sexuales a manera de comedia erótica y el homoerotismo es un recurso fácil para hacer reír o poner nervioso al espectador, con hombres gays obsesionados por ligarse al protagonista, pero al final puestos en su lugar por los hombres “de verdad”. En Chile Picante (1983) encontramos un ejemplo clásico de este tipo de humor en la interacción entre el personaje Andrés García con un masajista gay. El punchline de la escena es mencionar que a los hombres gays los matan “por putos”, lo cual hace que el masajista finja una voz más masculina y se retire de lugar.
Un caso excepcional de la época es Doña Herinda y su hijo (1985) de Jaime Humberto Hermosillo, que explora el caso de un hogar formado por Doña Herlinda y su hijo gay Rodolfo. La madre insiste a su hijo que debe casarse y formar una familia, mientras que él mantiene una relación no tan secreta con otro joven llamado Ramón. El acuerdo que finalmente satisface a ambos es que Rodolfo se casa y tiene un hijo, mientras que Doña Herlinda hace espacio en su casa para que viva Ramón como padrino del niño, dando a entender que la relación homosexual podrá seguir dentro del hogar de manera discreta, tal vez un mensaje esperanzador para la época y a lo que mucha gente debió conformarse.
Los 90 son una década de grandes cambios sociales y es el comienzo de una globalización más marcada en el país, lo cual tendrá un gran impacto en la cultura. El cine nacional tiene un resurgimiento, el llamado Nuevo cine mexicano, inyectándosele más recursos y promoviendo su elevación a arte digna de exportación. Además, la OMS desclasifica la homosexualidad como una enfermedad (¡por fin!) y todo esto se ve reflejado en personajes queer más tridimensionales como en Danzón (1991), que presenta un hombre gay que también es drag queen como personaje secundario, o En el paraíso no existe el dolor (1995), que trata sobre el duelo por VIH/SIDA. La homofobia sigue y seguirá siendo una parte importante de estas historias, pero la compasión hacia las víctimas y la crítica hacia los agresores será más pronunciada.
Alfonso Cuarón obtiene fama y reconocimiento internacional por Y tu mamá también (2001) donde analiza la construcción de la masculinidad moderna y la bisexualidad, sugiriendo que tal vez debajo de la híper-masculinidad haya un latente homo-erotismo reprimido. La película fue un éxito en taquilla a pesar de la controversia sobre su clasificación, primero “C” para adultos, después reclasificada a “B” tras las quejas. El beso entre Diego Luna y Gael García fue visto por miles de mexicanos y probablemente confundió sexualmente a más de uno.
Después de Y tú mamá… surgen nuevas voces, principalmente en el cine independiente y el documental, de jóvenes directores que quieren plasmar nuevas visiones queer sin los prejuicios o estereotipos del pasado. Julián Hernández destaca por su sensibilidad y visión artística libre de censura en sus obras como El cielo dividido y Rabioso sol, rabioso cielo, lo que le ha otorgado reconocimiento internacional. Además, es cofundador de la productora Mil Nubes Cine, especializada en obras de temática queer.
La existencia de este nuevo cine es un logro que no debe ser desestimado, pero desgraciadamente queda reservado para salas de arte por su poco atractivo comercial. Viendo una lista de películas con temática LGBT+, la mayoría no obtuvo gran popularidad o éxito, pero hay algunas excepciones que se deben mencionar por su buena taquilla que refleja su alcance: La otra familia, Hazlo como hombre y Cindy la regia.
La otra familia (2011) de Gustavo Loza llega justo después de la legalización del matrimonio igualitario y la adopción de parejas del mismo sexo en la capital del país. Aunque peca de melodramática, el mensaje es explícito: una familia homoparental es capaz de cuidar y dar amor a un niño.
Otro caso de éxito en taquilla es la co-producción chilena Hazlo como hombre (2017), de Nicolás López, que pretende ser una mirada chusca pero crítica a la homofobia. Estas intenciones se escuchan muy bien en las entrevistas de actores y realizadores, pero el producto final es un rotundo fracaso, ni es graciosa ni inteligente en su discurso. Aunque hay un mensaje explícito de aceptación, el desarrollo de los personajes es sumamente artificial y caricaturizado. Es una pena que una premisa que en teoría se preste a cuestionar o explorar profundamente el machismo y la homofobia interiorizada solo termine dando pena ajena.
Cindy la regia (2020), de Catalina Mastretta y Santiago Limón, es el ejemplo más reciente del retrato moderno de la homosexualidad. La historia incluye al personaje de Angie, como una chica lesbiana, prima de la protagonista, que tiene su propia historia de amor que resolver con su novia Rox, quien aún está en el clóset. La resolución de este conflicto es digna de cringe: Cindy irrumpe en el hogar de Rox y da un discurso sobre cómo hay que aceptarnos y amarnos los unos a los otros y eso mágicamente resuelve el problema. Las intenciones son buenas, pero al igual que Hazlo como hombre, la extrema simplificación de la homofobia como algo que se “resuelve” en un momento de epifanía es digno de una caricatura para niños y subestima a las audiencias y la realidad de las personas LGBTQI+ en el país.
Otro caso de éxito en taquilla es la co-producción chilena Hazlo como hombre (2017), de Nicolás López, que pretende ser una mirada chusca pero crítica a la homofobia. Estas intenciones se escuchan muy bien en las entrevistas de actores y realizadores, pero el producto final es un rotundo fracaso, ni es graciosa ni inteligente en su discurso. Aunque hay un mensaje explícito de aceptación, el desarrollo de los personajes es sumamente artificial y caricaturizado. Es una pena que una premisa que en teoría se preste a cuestionar o explorar profundamente el machismo y la homofobia interiorizada solo termine dando pena ajena.
No hay que perder la esperanza, pues hay un caso que claramente demuestra el avance social y cultural reciente: la controversia que ocasionó la irredimible Pink (2016) de Francisco del Toro. Plagada de estereotipos homofóbicos y un mensaje anti-adopción gay, la película recibió contundentes críticas negativas y se ganó el desprecio de mucha gente a tal grado que Netflix la quitó de su catálogo; una pequeña pero notable victoria contra la homofobia.
¿Qué podemos aprender de todo esto? En primer lugar, debemos darnos un pequeño aplauso como sociedad porque nuestros gays y lesbianas del cine nacional son tratados como seres humanos, notoriamente menos humillados, denigrados o asesinados. Nuestros padres y abuelos absorbieron muchos de sus prejuicios a través del cine y la cultura popular, lo cual afortunadamente ya es diferente para las nuevas generaciones, quienes ya tienen un acceso a amplios referentes nacionales e internacionales que fortalezcan su identidad. Debemos darle la oportunidad, pero sin condescendencia, a las voces nacionales diversas y apoyar las buenas producciones, que sí existen pero pueden ser difíciles de encontrar entre tantas producciones recientes de baja calidad . El cine comercial debe estar a la altura de una sociedad más madura y atreverse a incluir personas gays, lesbianas, bisexuales, trans y demás identidades, como parte integral de las historias, no como meros accesorios o medallitas progresistas. Aún hay una infinidad de historias interesantes por contarse, ser LGBTQI+ no es solamente sufrir de homofobia.
Comentarios
Publicar un comentario