Los chicos de la banda para una nueva generación

The Boys in the Band Netflix

En 1968 la homosexualidad todavía era considerada una enfermedad mental y la discriminación por vivir abiertamente tu sexualidad podía llevarte a la cárcel. Faltaba un año todavía para que ocurrieran los disturbios de Stonewall, a partir de los cuales la comunidad LGBT+  de Estados Unidos y luego el mundo reclamarían igualdad de derechos ante la sociedad. En este año la obra de teatro The Boys in the Band de Mart Crowley fue revolucionaria por atreverse a retratar, sinceramente y con todos sus defectos, la vida de un grupo de hombres gays durante una época en la que la sociedad prefería que nunca salieran del clóset. Dos años después sería llevada a la pantalla grande con el mismo elenco de la obra, cimentando su importancia como un parteaguas de la representación en los medios y consolidando arquetipos y estereotipos de personajes que se siguen utilizando hasta la fecha. 

En México, Los muchachos de la banda (traducción original)también es icónica porque fue en 1974 la primera obra abiertamente gay en exhibirse ante el público, igual de—¡o más!—conservador que el gringo. Con todo este contexto, creo que está de más afirmar que es una producción que todos deberíamos conocer por su importancia en el canon queer del cine y teatro... pero debo confesar que yo nunca la había visto. Shame on me! Por suerte, Netflix y sus infinitos recursos acaban de lanzar una versión actualizada en el aspecto técnico pero, por lo que he leído, extremadamente fiel a la historia original.

Este remake es producido por el realizador gay más prolífico de los últimos tiempos Ryan Murphy—que inteligentemente se abstiene de dirigir y escribir (en esta ocasión)—,  y recrea fielmente el guion de la producción original, pretendiendo ser más bien una versión accesible para las nuevas generaciones que tal vez no acostumbren ver películas de hace 50 años. Al igual que la película original, la obra fue primero revivida en Broadway en 2018, también por Murphy, con un elenco de actores abiertamente gays que repiten después sus papeles en el cine. Estamos ante un revival cuyo único y transparente fin es volver a contar la misma historia, pero eso no es necesariamente algo malo.

La trama es muy sencilla: Michael, interpretado por Jim Parsons, aka el insufrible Sheldon Cooper de The Big Bang Theory, y sus amigos se reúnen para festejar el cumpleaños de Harold, un Zachary Quinto regocijándose en su papel, pero a la fiesta llega inesperadamente Alan, un compañero de universidad del protagonista (supuestamente heterosexual), lo cual provoca situaciones cómicas, incómodas y a veces dramáticas. Evidenciando sus raíces teatrales, las dos horas que dura la película ocurren dentro del departamento de Michael, pero es gracias a un buen guion, actuaciones comprometidas y las jocosas interacciones entre los personajes que es difícil aburrirse. Sobresalen, en mi opinión, el infecciosamente alegre Emory (Robin de Jesús) y la pareja dispareja del reservado Hank y el desvergonzado Larry (Tuc Watkins y Andrew Rannells).

A pesar de la aparente sencillez del proyecto me sorprendió lo novedoso que se siente, aún en estos tiempos, de que exista una producción unapollogetically queer. Aquí no hay solo uno o dos gays a lo mucho para apaciguar a la gente que pide diversidad, vemos a un colorido grupo de gente cada uno con personalidad definida (tal vez Donald y Bernard no tanto) y simplemente divirtiéndose, conviviendo y siendo ellos mismos sin las máscaras que deben utilizar en público. La culpa, la homofobia interiorizada y la frustración que se lee entre líneas convierte a Los chicos de la banda en una exploración psicológica muy interesante. Una minoría rechazada y estigmatizada tiene que usar el humor destructivo u ofensivo, el shade, como mecanismo de defensa ante el rechazo social. La dificultad para encontrar el amor, o simplemente entender cómo funciona entre una pareja del mismo sexo, es el precio a pagar por vivir una vida auténtica; sin embargo la otra opción es peor: una vida de represión.

Las personas LGBT+, aún hoy en día, deben hacer sacrificios y confrontarse a una sociedad hostil, pero gracias a nuestras amistades incondicionales y familia elegida que nos acepte como somos es que saldremos adelante, un mensaje igual de poderoso en 1968 que en 2020. Este remake podría parecer innecesario, pero le recuerda a las nuevas generaciones que a veces bailar una coreografía jotera acompañado y sin ser juzgado es una razón lo suficientemente poderosa para que valga la pena salir del closet.

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